Señoras y señores, estamos jodidos.
La economía en coma etílico, el paro de parrandeo cual adolescente y las clases medias potando por el suelo. Las clases bajas también, pero, desgraciadamente, eso nunca ha sido noticia. Y lo que es peor, la fiesta dura y dura, y todos bailamos al ritmo del vals de las olas, en las cuales pocos quedan sin ahogarse todavía. Parece que la mayor incógnita del acontecimiento no es otra que quien lo organizó, y parece que el capitalismo especulador neoliberal lidera todas las porras. Sí, una base cierta en eso puede haberla, sin duda, pero dejarlo así, a la torera, no es muy diferente a afirmar que el culpable de las inundaciones del Vallès del 82 fue la Riera de Rubí. ¿Qué se comió esa especie de monstruo devorador que es el capitalismo?, ¿Existe dicho monstruo?, ¿sin amputaciones?
Empecemos con una frase que
sorprende a algunos novatillos económicos: El capitalismo es mucho más cercano
a ese ideario vago al que llamamos libertad que, por ejemplo, el socialismo,
que, a ojos de muchos, es mucho más guay. Incluso algún incauto como Mises
(Ludwig von-, economista de la escuela austríaca), epiteta (sé que la palabra
no existe) al capitalismo con la expresión “Democracia económica”. El capitalismo, o sistema económico de libre
mercado viene a ser algo así como: Yo tengo 10 manzanas y tú tienes un
ordenador; cualquier trato de intercambio de manzanas por ordenadores al que
lleguemos, al ser fruto del libre acuerdo,
será ventajoso para ambos, con lo cual ambos estaremos mejor. Así, nadie
regula las relaciones entre los agentes económicos en el mercado, pues la
búsqueda de su beneficio lleva a que ambos estén mejor. Y esto se aplica al
conjunto de toda la economía, con toda su infinidad de bienes, servicios,
factores productivos, y agentes, y otros varios. Si las manzanas están podridas
o el ordenador tiene un virus, mañana no se producirá nuestro intercambio
(ambos buscaremos a otro al que estafar, u otro que no nos estafe). De aquí la
parábola de Mises: Democracia económica significa que los agentes se enfrentan
a diario a esa especie de elecciones que es el mercado. Si mi producto es bueno
tendré éxito; y si es malo, sencillamente, no.
Aquí entra en el juego uno de los conceptos que más soportan
argumentísticamente (otra palabra que no existe, pero mola) al sistema de libre
mercado: COMPETENCIA. Competencia significa que yo no puedo escoger libremente
el precio al que vendo mi producto, pues mis COMPETIDORES me van a robar el
mercado si me paso. COMPETENCIA significa que tengo que innovar constantemente,
pues mola robar mercado a los competidores y así aumentar los beneficios. Y
esto significa mejoras técnicas, lo cual lleva unívocamente al progreso y a la
mejora del bienestar. COMPETENCIA
significa adaptar la oferta de forma automática a la demanda, pues nadie se
muere de ganas de producir pagando los costes que eso supone y luego no vender
el producto producido. Visto así no está mal, eh? A lo que íbamos, desde mi aún
bastante notoria inmadurez económica esto es lo que entiendo por libre mercado.
Bueno, lo bueno que entiendo que tiene el libre mercado; o mejor aún, lo bueno
que entiendo que tiene la teoría del libre mercado. Claro está que la teoría y
la práctica son dos mundos conectados por un túnel que tiene poco de permeable,
y si no que se lo cuenten a todo aquél que haya cometido la insensatez de
apuntarse a una autoescuela, y la vida real (también la teoría económica pero
eso es tema aparte) no funciona siempre (o más bien no funciona casi nunca)
bajo esos supuestos maravillosos. En el mundo que hay ahí afuera empresas
malvadas pactan precios altos con sus competidores, y otras simplemente no tienen competidores, y
otras no son sensibles a los problemas sociales o con el medio ambiente, y
otras explotan a sus trabajadores, y otras no tienen controles de calidad que
garanticen la no nocividad de sus productos… O simplemente hay el problema de
que los recursos están distribuídos desigualmente, y hay regiones más ricas que
otras, y hay gente que no vota en el libre mercado porque no tiene
absolutamente nada… Cierto, todo esto es jodidamente cierto. Y los economistas
(o los proyectos de economistas) lo vemos, y nos preocupa. Por eso se inventó
la regulación económica, porque es evidente que el dogma del libre mercado es
precisamente un dogma, porque la competencia perfecta es como Dios. Es
perfecta, y nadie puede demostrar su existencia; existe y punto. Y la
regulación va acompañada de la provisión pública de bienes y servicios, de la
asistencia social a quien menos tiene y de la redistribución de la renta
mediante el sistema impositivo. Pero
todo esto también puede observarse desde otra perspectiva: Si Mises tenía razón
y el libre mercado es la democracia económica, ¿por qué no tomar conciencia de
ello, y transformar mentalidades para poder colectivamente ponerlo a servir al
bienestar común? Si reconocemos que los
estados cada vez ceden más cotas de poder a los mercados, eso supone simplemente
un traspaso de poder centralizado a uno mucho más difuminado, pues los mercados
somos todos. Quizás no los financieros, pero sí los reales. Diséñese una
estrategia eficaz de concienciación que transcienda a través de montañas y
fronteras, que no entienda de patrias ni de razas, y entonces tal vez
descubramos que, en sumamente desigual medida, todos somos responsables. Para
bien y para mal.
Nil Noya